Cuenca Minera Libre

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martes, 4 de noviembre de 2014

SOBRE EL TRABAJO, EMPLEO Y DESEMPLEO



     En un país donde el desempleo afecta a más de la tercera parte de la población activa es frecuente tener conocidos, familiares o amigos que se ven afectado por ello. Muchos de ellos, presas de la desesperación, no tienen más remedio que abandonar sus pueblos para marchar al extranjero para trabajar durante largas jornadas por un salario que se les va en manutención y alojamiento, sin poder siquiera regresar con unos pocos ahorros. Algunos lo hacen por necesidad, por tener familia a la que sustentar, otros por querer labrarse un porvenir solos o con sus parejas. La cuestión es que en todos los casos el estar parado es considerado, incluso por ellos mismos, como un estigma o vergüenza. ¡Y todavía tienen que soportar a algún fascista descerebrado que les dicen que lo que tienen que hacer es “buscar un trabajo”, como si ello una panacea! Para todos estos trabajadores y trabajadoras, hemos querido escribir este artículo.

    En las antiguas sociedades griegas, escitas, persas, tracias, lidias,... el trabajo era despreciado por los “hombres libres”, dedicados a cultivar sus cuerpos y mentes mediante diversos juegos y ejercicios. El trabajo era relegado a los esclavos. La propia palabra trabajo procede del latín tripalium, que era un instrumento de tortura. Tripalliare era sinónimo de tormento. Incluso en la Biblia cristiana el trabajo es considerado como un castigo divino a los hombres: “Ganarás el pan con el sudor de tu frente (Génesis 3:19)”. Cicerón, en su obra De Oficios (año 44 a.C.), dice que: “El que da trabajo por dinero se vende a sí mismo y se coloca en la categoría de los esclavos”. En definitiva, trabajar estaba mal visto tanto por los estamentos poderosos que vivían en la ociosidad, como por los esclavos y campesinos que trabajaban forzados por la necesidad de sobrevivir.

    Durante los siglos XVIII y XIX, con la Revolución Industrial, se instaura el capitalismo moderno como sistema económico preponderante, dando lugar a una serie de revoluciones burguesas que derrocan a la nobleza como clase dominante e imponen un nuevo modelo político de organización que defienda sus intereses: el Estado nacional.  Los habitantes de un territorio pasan a ser ciudadanos de un Estado-nación. Con las desamortizaciones los terrenos de la Iglesia y la nobleza son puestos en venta y adquiridos por los burgueses, por lo que muchos trabajadores abandonan las tierras y pequeños talleres de los que obtenía los recursos para subsistir y marchan a las ciudades para trabajar en grandes centros industriales a cambio de un salario, viéndose sus condiciones laborales y de vida en general seriamente afectadas.

   Paradójicamente, los Derechos del Hombre (entre ellos el Derecho al Trabajo) suponen en realidad el derecho a ser explotados por los capitalistas. El trabajo asalariado se convierte en la esclavitud moderna. Tras la Revolución francesa, las jornadas laborales llegaban a ser de 16 horas al día en las manufacturas. Los presos y los esclavos antillanos trabajaban, a lo sumo, 10 horas diarias. Se abolieron además 38 días festivos anuales, y Napoleón incluso estuvo dispuesto en 1.807 a imponer el trabajo los domingos.

     El trabajo asalariado (empleo) deja de tener connotaciones negativas para la nueva clase burguesa en el poder, que crea lo que Paul Lafargue llama la “Religión del Trabajo”. Según este autor, este dogma del “amor al trabajo” fue introducido por la nueva clase en el poder (la burguesía) y caló en las mentes de los trabajadores, hasta el punto de ser capaces de la aberración mental que supone “venderse” y suplicar trabajo, cuando éste es causa de degradación y degeneración física e intelectual, a nivel individual y social. Esta pasión por trabajar (vicio para Lafargue), no hace más que contribuir al desarrollo del sistema capitalista. En el capitalismo el dinero deja de ser un medio de intercambio de mercancías para convertirse en una mercancía, en un fin en sí mismo, cuya única razón de ser es reproducirse hasta el infinito. Los burgueses no desean dinero para comprar los productos que les son necesarios para vivir, sino acumularlo hasta no saber ya que hacer con él mas que seguir acumulándolo o invertirlo como capital para obtener más y más, en una vorágine demencial y sin sentido.

    Esto conduce a otro de los dogmas capitalistas, el del crecimiento continuo de la economía, que no es posible sino mediante ciclos sucesivos de construcción-destrucción. En su búsqueda del mayor beneficio y acumulación capitalista, en épocas de bonanza se aumenta la producción de mercancías hasta el exceso, ya que no tienen salida en los mercados puesto que no hay quienes las compren. Se produce entonces una crisis de sobreproducción que hace que haya que exportar los productos a nuevos mercados (consecuencia de esto han sido los colonialismos, imperialismos y guerras del siglo XX) y a la vez crear nuevas necesidades a las poblaciones para que sigan consumiendo.

     Volviendo al tema de la “Religión del trabajo” inculcada en las mentes de las masas, que contribuye a que el sistema capitalista siga reproduciéndose y originando crisis y sufrimientos para los trabajadores, hay que revelar una serie de falacias y contradicciones que desenmascaren este dogma. Una de ellas es que el pleno empleo, aunque posible, no es deseable ni buscado por los capitalistas y sus lacayos políticos burgueses, pese a que a la luz de su doctrina el trabajo asalariado sea visto como algo positivo.
    
    Marx ya advirtió que el paro es necesario para los capitalistas, puesto que cumple la función de disciplinar a la clase trabajadora, haciendo que renuncie a mejorar su situación e incluso aceptando retrocesos en sus derechos (como ocurre en la actualidad) por miedo al desempleo. Ese es el perverso juego de la burguesía: hacer ver a los trabajadores las “bondades” del trabajo asalariado (consistente muchas veces en poder consumir productos mayormente innecesarios) para estimular la competencia, a la vez que se benefician para reducir los salarios y aumentar las horas de trabajo.  

    Otra cuestión es cómo es posible que a medida que se incorporan los avances tecnológicos a la producción, en vez de trabajar menos se trabaje más. La respuesta sigue estando en la prioridad que el capitalismo otorga a los beneficios económicos, a cuyo servicio ponen a la sociedad entera. Para reducir costes, pese a necesitar menos empleados y menos horas de trabajo, las empresas buscan siempre rebajar los salarios y aumentar la jornada de los trabajadores, y durante más tiempo (de ahí el retrasar la edad jubilación). Nada más contradictorio con esta dinámica que el reparto de las horas de trabajo, que sería lo lógico si el empleo fuera realmente prioritario. Con el de desarrollo tecnológico actual, toda la población podría trabajar en una semana las mismas horas que en la actualidad emplean en un día. Estudios científicos como el de Richard Lee en tribus bosquimanas del África septentrional demuestran que estos grupos solo necesitan trabajar 3 horas al día sin que les falte ningún elemento básico para su subsistencia (de hecho a las sociedades cazadoras-recolectoras M. Sahlins las llama “las sociedades de la abundancia”), ¡y eso careciendo totalmente de los “avances” de las sociedades occidentales! ¿Cuánto más podría lograrse en nuestras sociedades si la tecnología y la economía fuesen socializadas y no meros instrumentos para el beneficio de una minoría de capitalistas?     

      Como conclusiones finales, hacer la distinción entre trabajo como desarrollo de un esfuerzo para lograr algo (lo cual es natural, ya que todo ser vivo necesita buscar un sustento para su subsistencia), y trabajo asalariado o empleo, consistente en vender la fuerza de trabajo a un capitalista a cambio de un salario que siempre va a ser menor que el beneficio que va a obtener por dicho trabajo, es decir, se trata de una explotación ya que el burgués se apropia de parte del beneficio que genera el trabajador con su esfuerzo. Esto está sustentado ideológicamente mediante el dogma del “amor al trabajo”, como hemos visto. Por tanto, sería conveniente desde un punto de vista anticapitalista romper con dicha doctrina, por una parte buscando formas de trabajo cooperativo en los que los beneficios redunden en la comunidad en vez de pedir más empleo (asalariado), y por otra luchando por la desaparición de la explotación laboral capitalista y a favor de la redistribución equitativa del producto del trabajo (entendido como esfuerzo humano necesario para la subsistencia), para lo cual es estrictamente necesario el derrocamiento del capitalismo.